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miércoles, 20 de marzo de 2013

Catolicismo social y Corporativismo

Catolicismo social

 La  restauración  de  la  monarquía  borbónica  en  1875,  en  la  persona  de  Alfonso  XII  fue  acogida  con  bastantes  esperanzas tras  el  período revolucionario  iniciado  en  septiembre  de  1868,  caracterizado por la progresiva violación de todos los derechos de la Iglesia. Sin embargo, el jefe de Gobierno, el conservador Antonio Cánovas necesitaba negociar la permanencia del nuevo régimen con los grupos liberales que habían participado en los inicios de la revolución de 1868.

La división de los católicos respecto a la actitud a adoptar ante al régimen liberal fue notable a pesar de los llamamientos papales a la unidad, ello explica la organización de Congresos católicos a partir de los años 90 con la finalidad de ofrecer una plataforma unitaria a católicos de distintas tendencias. En estos Congresos participarán los tres sectores del catolicismo español, el encabezado por Ramón Nocedal, el más numeroso, los unionistas de Alejandro Pidal, y los carlistas representados por el Marqués de Cerralbo.

En  realidad,  los  Congresos  católicos  de  fines  del  XIX  representaron  una posición defensiva y confusa respecto al liberalismo y a lo que se denominaba el mundo moderno y las nuevas ideologías obreras, esto se explicita en el reglamento del Congreso donde se propone defender los intereses de la religión, los derechos de la Iglesia y del Pontificado, difundir la educación e instrucción cristianas, promover las obras de caridad y acordar los medios para la restauración moral de la sociedad.

El tratamiento de la problemática social en los Congresos católicos refleja la absoluta insuficiencia teórica de los análisis dominados por la filosofía neotomista muy popular en los últimos años del siglo XIX.

La propaganda y acción social del catolicismo español se orientó a defender y pedir al Estado una legislación adecuada sobre la defensa  y  protección  de  la  familia,  el  descanso  dominical,  la  institución  del gremio como instrumento de armonía social, la defensa de la propiedad sobre todo de la agraria y la organización corporativa y la exigencia de una intervención estatal subsidiaria para proteger a los más débiles.

 El objetivo del catolicismo era también religioso  (evangelización, educación  cristiana y el ejercicio de la caridad por los patronos).Como señala uno de sus más destacados especialistas, el profesor Montero, 

"el catolicismo social es en una gran medida una prolongación de la lucha contra el liberalismo. La verdadera clave de la superación del conflicto social está en la doctrina de la Iglesia. Reforma social y reconquista cristiana… son tareas coincidentes".

Sobre el derecho absoluto de propiedad de origen divino, atemperado por la caridad, ya se había pronunciado uno de los principales pensadores católicos del siglo XIX, Jaime Balmes en 1843, y este mismo análisis se mantiene en los años.

En cuanto a la noción de desigualdad natural también es presentada por la Iglesia  como  una  cuestión  de  derecho  divino,  "Es  un  hecho  la  desigualdad  y hay que aceptarla como algo querido por Dios, desde y para siempre", se decía en sermones de la época. 

Los Gremios  se mantenían como una constante en los planteamientos eclesiásticos sobre la llamada «cuestión social. Ya  en  1872,  el  obispo  de  Salamanca,  Dr  Lluch,  comentaba  que  «los  gremios asociaban como en una misma familia al amo y al dependiente, al propietario y al proletario… la asociación era santificada por el principio y el sentimiento religiosos. El derecho del amo era tan sagrado para el jornalero como para el amo… nadie pensaba en trocar los papeles y el reparto de bienes…».

El gran problema del catolicismo político y social español del siglo XIX y comienzos del siglo XX fue, por consiguiente, enfrentarse a las consecuencias sociales y económicas de la industrialización y a los nuevos desafíos derivados del laicismo, la democratización política, el incremento de la secularización, el auge del intervencionismo estatal, etc.

 En el último tercio del siglo XIX se inicia en España la tarea de recuperar para el catolicismo al mundo obrero, cada vez más alejado de la Iglesia, por la extensión del socialismo y el anarquismo.

La acción social de la Iglesia española se llevó a cabo mediante asociaciones mixtas de patronos y obreros que recordaban, y no por casualidad, los viejos gremios medievales arrumbados por el liberalismo y el capitalismo. Estas asociaciones mixtas recibieron el nombre de Círculos Obreros y su principal impulsor, aunque no el único, fue el jesuita Antonio Vicent que se implicó en dicha tarea a partir de la publicación de la encíclica de León XIII Rerum Novarum en 1891.

En la formación de los Círculos Obreros tuvieron un papel importante las experiencias social-católicas francesas (marqués de La Tour du Pin, Albert de Mun, etc.), el pensamiento social alemán y austriaco (Monseñor Ketteler, barón de Volgesang), los Congreso católicos celebrados en Lieja y Malinas a comienzos de los 90, y por supuesto, la propia encíclica Rerum Novarum. 

La cuestión fundamental para el catolicismo social español era determinar las causas del conflicto social, y en este sentido, siguiendo el magisterio de León XIII, el P. Vicent las redujo a tres: la apostasía religiosa de las naciones que han abandonado los principios católicos; el individualismo liberal, destructor de los antiguos gremios medievales, enemigo del origen divino del poder e impulsor del  constitucionalismo  y  parlamentarismo;  y  finalmente,  el  socialismo,  una ideología atea que rechaza la propiedad privada en favor de la colectiva y que está en contra del concepto tradicional de familia.

Para remediar la situación se crean los Círculos de Obreros integrados por dos tipos de socios, los numerarios, es decir, obreros en activo, y los socios protectores, propietarios, industriales, etc. El gobierno del Círculo estaba a cargo de una Junta formada por representantes de los socios numerarios y los socios protectores con un Consiliario nombrado por el obispo del lugar. En cuanto a sus fines, eran cuatro: el religioso, el instructivo, el económico y el recreativo.

En realidad, el Círculo Obrero no era más que un centro de formación religiosa y profesional para sustituir el sistema económico y político liberal por otro corporativo de inspiración cristiana. El medio sería el Gremio integrado voluntariamente por patronos y obreros del mismo oficio que desempeñaría una serie de funciones; en primer lugar, regularía las relaciones laborales entre empresarios y trabajadores a través de jurados mixtos que eliminarían el conflicto social; en segundo lugar, serviría de protección social para los más necesitados; en tercer lugar, reclamaría al Estado una legislación social adecuada; en cuarto lugar, sería el fundamento de un sistema político corporativo puesto que la generalización de los Gremios y el abandono del individualismo permitiría unas Asambleas legislativas corporativas.

La  extensión  de  los  Círculos  Obreros  y  los  debates  sobre  la  acción  social católica llevados a cabo en los distintos Congresos Católicos de fines del siglo XIX plantearon la necesidad de una unión nacional de círculos, que se llevó a cabo en 1893 en Valencia. En esta ciudad y al hilo de las orientaciones realizadas por la encíclica leonina se funda el Consejo Nacional de las Corporaciones Católicas. La estructura creada parte de las diócesis y sus consejos diocesanos que presididos por el obispo del lugar, junto con un presidente elegido por 3 años, ejercerían la labor de vigilar, supervisar y coordinar todas las asociaciones obreras.  En  la  cúpula  se  hallaba  el  Consejo  Nacional  integrado  por  todos  los presidentes de los consejos diocesanos.

El primer Consejo Nacional elegido en dicha reunión estuvo formado, entre otros integrantes, por el arzobispo de Valencia y el marqués de Comillas como Presidentes honorarios, junto al obispo de Segorbe, y como Presidente efectivo el P. Antonio Vicent.

Tres  años  después,  en  1896,  se  elige  un  nuevo  Consejo  Nacional  en  una asamblea celebrada en la capital de España que estaba compuesto entre otros por el Nuncio de Su Santidad y los arzobispos de Valencia y Madrid, junto con el marqués de Comillas como Presidentes honorarios, y como presidente efectivo el duque de Sotomayor asesorado por el consiliario general, P. Vicent.

Como  puede  comprobarse  por  los  nombres  de  los  dirigentes  del  Consejo Nacional  de  Corporaciones  católico-obreras,  éste  resultó  ser  un  organismo controlado por la aristocracia y la alta burguesía española, junto al episcopado, donde los obreros tutelados eran considerados menores de edad.

En 1901, un católico social, Maximiliano Arboleya, canónigo de la catedral de Oviedo, que defenderá el sindicalismo cristiano puro, afirmaba lo siguiente sobre las corporaciones católico-obreras: 

"Diríase que esos centros no tiene más objeto que ilustrar al obrero en cuestiones religiosas, darle una instrucción más completa en su arte, hacerle más sufrido y resignado con las injusticias de que es objeto…"

Según los datos ofrecidos por el propio Consejo Nacional de Corporaciones Católico-Obreras de España, en 1900 estaban integradas en él 264 agrupaciones desde  Círculos  a  Gremios,  o  Cajas  de  Ahorros,  que  representaban  a  más  de 76.000 asociados.
A pesar de estas cifras, el crecimiento de las organizaciones socialistas en España a comienzos del siglo XX y la constitución más adelante del sindicato anarquista CNT, revelaron la insuficiencia de la alternativa católica, lo cual llevó a su propio creador, el P. Vicent, a subrayar en 1904 el relativo fracaso de los Círculos con las siguientes palabras: 

"En la práctica, ¿qué hemos obtenido en tantos círculos católicos…? En realidad, ha sido muy poca cosa… los patronos han reclamado siempre la absoluta libertad de contratación, y los obreros, han rechazado unirse con los patronos para conseguir el gremio cristiano…".

Extractos de Miguel Ángel Perfecto: El Corporativismo en España.


Breve historia del Corporativismo católico


Pierre Guillaume Fréderic le Play 1806-1882
Defendió 

"la familia, el taller, la parroquia y la corporación"
Le Play: Lórganisation du travail 1870.
como células sociales básicas. Sostuvo el principio de subsidiariedad:
"En la vida privada como en la pública cada autoridad sólo contribuye verdaderamente al bien general manteniéndose en su ámbito propio"
Le Play: Lórganisation du travail 1870.
Y propugnó el sufragio indirecto y corporativo. fue un radical adversario de Rousseau:

"los sofistas del Contrato social..., funesta doctrina"
Le Play: Lórganisation du travail 1870.
Otras obras suyas son Les ouvriers européens 1855 y La réforme sociale en France 1864, en cuyo tercero y último volumen desarrolló una teoría organicista del Estado.


René de La Tour du Pin 1834-1924

"El principio del régimen corporativo, escribe La Tour du Pin, es el reconocimiento de un derecho propio para el individuo de cada una de las clases que concurren a la producción y para cada uno de los grados de asociación formado entre dichos elementos, desde la corporación hasta el Estado"
La Tour du Pin: Vers un ordre social chrétien 907

Es una interconexión de esferas sociales autónomas similar a la de el krausismo.
En los Consejos de las corporaciones económicas, sea cual fuere su nivel (empresarial, local, comarcal, provincial, regional o nacional) tienen una representación igual los tres elementos, es decir, el capital, los directivos y los obreros.

El objetivo institucional es lograr la "representación de todos los intereses", lo que equivale a una "representación orgánica". Como en el krausismo, "la base es orgánica en vez de ser la atomista" del demoliberalismo. El esquema corporativo es independiente de la forma de gobierno, y por tanto, compatible con la monarquía y con la república. Entre los "elementos orgánicos" de la sociedad figuran los "cuerpos constituidos" (Iglesia, Universidad, corporaciones jurídicas, etc.) y las "asociaciones profesionales".

A partir de los núcleos sociales inferiores, se configuran en cada provincia "cuatro cámaras sindicales": una es la de los cuerpos constituidos, otra la de las profesiones liberales, otra la de los agricultores y otra la de los industriales, que reunidas integran los Estados provinciales de los cuales procede una Cámara alta corporativa de ámbito nacional. Hay además, una Cámara baja, también nacional, elegida por sufragio universal. En síntesis, la arquitectura corporativa está coronada por 

"una Cámara de Diputados elegida por todos los contribuyentes y representativa de la opinión pública del momento; y una Cámara de los Estados, elegida por los cuerpos sociales y representativa de los derechos e intereses permanentes". 
La Tour du Pin: Vers un ordre social chrétien 907

También este bicameralismo es análogo al krausista.

Casi todas estas ideas de La Tour du Pin se encuentran ya en Ahrens y algunas en Aparisi. 


Adrien Albert Marie de Mun 1841-1914
Activísimo diputado entre 1876 y 1893, fue fundador de  de los Círculos católicos obreros, que llegaron a reunir más de treinta mil afiliados. Entre sus numerosos escritos, mayoritariamente discursos parlamentarios, destacan La question ouvriére 1885 y Lórganisation professionelle 1901.

El término corporativo figura en un artículo de Mun en el primer número de la revista Association Catholique aparecida en 1875 y que fue portavoz del grupo. El fundamento es una concepción orgánica de la sociedad.





Albert de Mun y la Historia del poder político del catolicismo francés en la III República.
 
Sergio Fernández Riquelme.

Historiador, Doctor en Política social y profesor de la Universidad de Murcia (España).
 
Resumen. El presente artículo resume la vida y obra de Albert de Mun y del catolicismo político francés durante la III República, como referente historiográfico del proceso de secularización de la política europea entre el siglo XIX y el siglo XX. En este sentido se organiza el contenido expositivo en tres fases, ligadas a los jalones de la acción pública de De Mun: reacción, reforma y pacto.
Palabras clave: Catolicismo social, Cuestión social, De Mun, Francia, República.
 
Introducción.
Albert de Mun [1841-1914] fue el político que, quizás, mejor representa el itinerario histórico del catolicismo francés y europeo en la transición del siglo XIX al XX.  Definido como [1].
La “vocación social” fue el lema de su vida. Servir a la sociedad francesa, desde la unidad nacional y la justicia social, desde el legado católico y la acción política. Un “auténtico tribuno”, como su antepasado Helvetius, que pretendió liderar al catolicismo político-social durante decenios, en tiempos de transformación revolucionaria (primero liberal, después socialista) que arrinconaban cada vez más la presencia pública, la influencia institucional y la vigencia moral del mismo[2].
El itinerario vital de De Mun, más político que doctrinal, parece representar, pues, el camino del mismo catolicismo francés, en sus aportaciones y contradicciones, que aspiró a guiar desde la segunda mitad el siglo XIX [3]. Inicial fidelidad a la causa monárquica legitimista, ante la agresión de los herederos jacobinos; posterior búsqueda de acomodo en el parlamentarismo demoliberal; y final aceptación y colaboración en una República laicista triunfante. Tres intentos en pro de volver a hacer de lo cristiano, o de mantenerlo en la medida de lo posible, ingrediente fundamental del destino colectivo de una nación que lo abandonaba casi irremediablemente[4].
En este contexto de cambio, y supervivencia, la opción de De Mun se ligó al nacimiento del moderno pensamiento social católico europeo (Ketteler, Toniolo, Decurtins y Vogelsang), floreciente a finales del siglo XIX. Y su camino a la democracia parlamentaria pasó, finalmente, por una alternativa político-social corporativa, alternativa a los que se comenzaban a prefigurarse como los grandes y presuntuosos rivales ideológicos en la nueva era: el socialismo y el liberalismo. Reacción, reforma y pacto; tres fases posibles para reconstruir la vida y obra de De Mun.
 
  1. La Reacción. Al servicio de la causa legitimista.
Adrien Albert Marie de Munnació en Lumigny, en el departamento de Seine-et-Marne. De raigambre nobiliaria, fue nieto del Marqués y mariscal Claude-Adrien de Mun [1773-1843], destacado político de la Restauración. Educado por jesuitas, se ligó muy joven a las ideas legitimistas y ultramontanas de su padre[5].
Formado en la prestigiosa Escuela Militar especial de Saint-Cyr (Yvelines), se alistó pronto en el ejército. Sirvió en Argelia (1862), donde quedaron enterrados sus primeros sueños románticos de conquista colonial; pero en dichas tierras incógnitas encontró en los rebeldes árabes una fe militante desaparecida en su propio país[6]. Posteriormente combatió en Metz en 1870 durante la Guerra franco-prusiana, cayendo prisionero. Durante su cautiverio en Alemania (Aquisgrán), tras la derrota ante los militares germanos, y compartido con su amigo René de La Tour du Pin [1834-1924], conoció el incipiente movimiento católico-social francés de la mano de la lectura del político monárquico Émile Keller [1828-1909] y del estadista germano Ernst Lieber [1838-1902], futuro líder del Zentrum alemán; y especialmente al acceder a las tesis pioneras deWilhelm Emmanuel Ketteler [1811-1877], arzobispo de Mainz [7].
La Restauración aún no había muerto, y a ella se sumó De Mun a su vuelta. La Encíclica Syllabus de Pio X sancionaba todavía una empresa que aspiraba a recuperar el orden social católico y monárquico en Francia, en la antigua “joya” de la Iglesia universal. Tras la capitulación de Napoleón III [1808-1873] ante las tropas de Otto von Bismarck [1815-1898], León Michel Gambetta [1838-1882] había proclamado la III República, superviviente al fallido intento de crear una “democracia social y obrera” en la Comuna de París. Y el repatriado De Mun contempló a su llegada en 1875, con mucho dolor, un país destruido, conquistado y sin “Dios ni Rey [8].
De Mun se sumó con decisión a la militancia monárquica legitimista, siendo apartado de la promoción militar por sus primeras críticas al nuevo régimen. Su misión, ser “soldado de Dios” al servicio de la patria, le convirtió para la prensa en “caballero de la Syllabus”, participando de las tesis de la reacción aún marcada por la tesis de Joseph de Maistre [1753-1821], Juan Donoso Cortés [1809-1953] y Louis de Bonald [1754-1840] [9].
Esta ligazón a las posiciones contrarrevolucionarias se tradujo en la carrera política por el distrito de Pontivy. Gracias al apoyo del catolicismo político, fue elegido miembro de la Asamblea nacional hasta 1879, siendo famosa su rivalidad en la cámara con el líder anticlerical Gambetta, mentor del lema “Cléricalisme, voilà l´ennerni”. Desde su escaño se puso al “servicio de la causa de Dios frente a las fuerzas del mal” que a su juicio estaban representadas por el dominante anticlericalismo republicano; por ello, su labor fue premiada con la Orden de san Gregorio Magno por el Papa Pío X[10].
La contrarrevolución se convirtió en el eje de su primera batalla parlamentaria, donde se mostró partidario de la representación político-social corporativa, así como de la sumisión de la Ley civil a la moral cristiana, denunciando a la oligarquía dominante en el sufragio universal y la paralela expulsión de la Compañía de Jesús. En estos años se convirtió en el líder de la facción antirrepublicana, denunciando la expulsión de los príncipes y nobles que aún quedaban en el país, especialmente tras la caída del gobierno conservador de Patrice de Mac-Mahon [1808-1893] en 1879. Por estas posiciones fue excluido del parlamento hasta 1881, año en el que comenzó a colaborar en la fundación de la revista Asociación Católica, nueva publicación altavoz de los intereses de los católicos franceses[11].
Esta primera posición monárquica, nacional y católica se remarcó en su famoso discurso en Vannes (Bretaña) el 8 de mayo de 1881[12]. En dicha localidad, ante centenares de militantes monárquicos incondicionales y numerosos clérigos tradicionalistas, y bajo la simbología de la Flor de Lis, De Mun proclamó su fe restauracionista y situó a la República como causa de todos los males que afligían al antiguo Imperio. Las críticas no tardaron en llegar, tanto de la prensa anticlerical como de los propios obispos franceses, en comandita buscando un pacto de mínimos con el poder republicano (especialmente crítico con la intervención de De Mun fue el cardenal Guibert)[13].
Así, y frente al republicanismo laico dominante, ahora con el colonialista Jules Ferry [1832-1893] como referencia, De Mun no rechazaba la etiqueta pública que lo definía como “el caballero de la Syllabus”. La herencia de la Revolución había dejado a Francia sin su Dios y sin su Rey, sin un orden jerárquico y armónico que todavía era necesario ante el desastre bélico frente a Prusia, y que el posterior caos de la Comuna había puesto de manifiesto. El igualitarismo del sufragio universal, la secularización del derecho civil (con la recuperación del divorcio en 1884) o la estatización de la educación (con la prohibición de las competencias de las órdenes religiosas en 1882); éstas eran algunas de las señales de una sociedad liberal camino del abismo y ante la cual De Mun proclamaba la “contrarrevolución[14]. Por ello comenzó a apoyar las pretensiones políticas del general Georges Boulanger [1837-1891], convertido en Ministro de la Guerra en 1886.
Pero al final de esta fase la reacción de De Mun ya no buscaba restaurar ese ancien régime de los borbones. Se prefiguraba en sus palabras un nuevo objetivo político: crear una auténtica comunidad cristiana, o “recristianizada”, desde el viejo Gremio, la verdadera Iglesia y la necesaria Autoridad. Había que reaccionar, urgentemente, y más allá de la ucronía absolutista. Los hechos debían ser concretos, plausibles. Se habían prohibido los rezos públicos y las procesiones religiosas, eliminado los capellanes militares, secularizado los cementerios, obligado a seminaristas a servir militarmente, y destruidos numerosos signos religiosos en las calles. Pero la autoridad vaticana había marcado ya el fin de un camino, la vía legitimista, y anunciado la necesidad de acuerdo con la realidad republicana, a modo de pacto de supervivencia[15].
La realidad republicana, el pactismo de la Iglesia y la creciente desigualdad social obligaban a una nueva estrategia. Con la encíclica Rerum Novarum como guía de actuación, y ante las empobrecidas, numerosas y movilizadas clases obreras, De Mun encontró otra oportunidad, otra vía para hacer realidad su objetivo recristianizador.
 
  1. La Reforma. El impacto de la Cuestión social.
El obrero y su capacidad de movilización anunciaban un escenario político-social diferente. De Mun encontró en el emergente catolicismo social esa explicación racional clara y esa propuesta moral concreta ante el derrumbe político-social abierto tras los acontecimientos de la Comuna y la sangrienta represión posterior. De la Reacción transitaba a la Reforma.
La Cuestión social, en su impacto industrial y humano, obligaba a De Mun a cambiar la praxis política. Comenzó a comprender que Francia y Europa no volverían a ser las mismas; habían cambiado, posiblemente de manera irremediable, las instituciones y las mentes. Por ello, recuperar un orden social de naturaleza cristiana, significaba actuar en el mundo republicano y modernizado, recuperando el viejo principio de la “justicia social” como fundamento rector de la convivencia nacional. Atisbó los efectos políticos disgregadores que la Revolución social y el nuevo mundo industrial conllevaban: una profunda desigualdad y un inmenso pauperismo al que el magisterio católico podía y debía dar respuesta, tal como demostró, desde la ciencia social, Frédéric Le Play [1806-1882] [16].
En esta segunda etapa, la acción social de De Mun pretendió trasladar el viejo orden gremial, a juicio de un no tan antiguo legitimista, siempre justo y estable, hacia el modelo de ordenación social corporativa, ante unas naciones ampliamente industrializadas y gravemente secularizadas. Su primer referente fue la obra de Keller L'Encyclique du 8 décembre et les Principes de 1789, donde retomaba las líneas maestras antiliberales y corporativas de la Syllabus. La decadencia de Francia provenía, para Keller, de las realizaciones de la misma Revolución, al remover la preeminencia de los principios morales de Iglesia, Monarquía y Familia, por los ideales abstractos e individualistas de“Liberté, egalité e Franternité”; y que se concretaban, en el campo político-social, en la destrucción del equilibrado y tradicional sistema gremial y su principio de solidaridad, que llevaba al nacimiento de la Cuestión social del siglo XIX, el “problema obrero”, que ponía frente a frente a las clases sociales con inusitada violencia[17].
Pero había que ir, a juicio de De Mun, más allá. Ante un tradicionalismo exhausto tras décadas de opresión, y frente al abstencionismo de las primeras Revoluciones políticas liberales, que legitimaban la extensión de la pobreza en los nuevos nudos urbanos e industriales, De Mun fundó los Cercles Catholiques d'Ouvriers junto a La Tour du Pin, Félix-de Roquefeuil Cahuzac [1833-1893] y Maurice Maignen [1822–1890]; este último responsable de los Círculos de Jóvenes Obreros de San Vicente de Paul (Congrégation des Frères de Saint Vincent de Paul), que inspiraron en gran medida este proyecto, al impactarle la forma de trabajar con los obreros más pobres de manera directa y cercana, y abrirle los ojos a una realidad desconocida para un aristócrata como él[18].
Dichos círculos nacían con el propósito de la recristianización de los obreros, los empresarios y sus familias, protegiendo su bienestar material y su identidad moral, mediante la organización corporativa de las relaciones laborales. Con ello recuperaban, de manera actualizada, los principios de ese corporativismo cristiano que actualizaba los principios de solidaridad y armonía comunitaria propios de la vieja sociedad gremial del Antiguo Régimen. Su éxito fue notable, llegando a 375 círculos, 37.500 trabajadores y 7.600 miembros de las clases patronales en 1878 [19].
Tras la muerte del pretendiente legitimista, el conde de Chambord (agosto de 1883), y ante la disolución de la causa de la Restauración, De Mun dio por finalizada una época. Así proyectó, sin éxito, un partido político social-católico, y colaboró en el desarrollo de la Unión de Friburgo, institución fundada en 1884 y que reunía a los diferentes católicos sociales de Europa[20].
En este periodo reformulará su propuesta corporativa durante los debates sobre la Ley Waldeck-Rousseau (1884), separado ya de las tesis restauracionistas de su antiguo compañero doctrinal La Tour du Pin. Elaborará al respecto un modelo de organización político-social basada en la creación de “sindicatos mixtos, desde la colaboración institucional de empresarios y trabajadores para conciliar capital y trabajo, como mediación entre el socialismo de Estado y el liberalismo del laissez-faire (frente a la tesis de Georges Clemenceau [1841-1929])[21]. Así, el 25 de enero de 1884 defendió en el Parlamento una auténtica Reforma social desde la perspectiva católico-social, aunando la crítica contra la competencia liberal y "degradación” de la mercantilización del trabajo, con la denuncia contra el estatismo intervencionista y laicista: reforma centrada en la propuesta concreta de un sistema de relaciones laborales corporativo como base de la “unidad social[22].
Este reformismo social, ligado a la emergente doctrina católica sobre la cuestión obrera[23] y al conservadurismo político, en busca de dicha “unidad” partía  de los siguientes principios, centrados en dos presupuestos;: primero, el análisis sociológico de Francia y Europa, y segundo, actuación político-social ente los problemas detectados[24]:
-          La Cuestión social suponía una “enfermedad crónica” que agotaba a las sociedades modernas, y ante la que era preciso intervenir con decisión.
-          El “exceso de la competencia” en un mercado poco regulado permitía la explotación sistemática del trabajador, causa de esta Cuestión, siendo la reforma económica el primer objetivo del orden político y de la atención de los estadistas.
-          Las “teorías idílicas” habían destruido el desarrollo y la unidad social al proponer, de manera falsa, el aumento indefinido de la riqueza como la meta suprema de la ambición humana, teniendo en cuenta sólo del valor de cambio de las cosas; con ello, habían comprendido erróneamente la naturaleza del trabajo, mediante la degradación del nivel de una mercancía que se compraba y se vendía al precio más bajo.
-          En este mundo, el hombre, el ser viviente con su alma y su cuerpo, se convertía en otro producto para hacer y deshacer, sin dignidad y protección.
-          Los vínculos sociales naturales se habían roto, y los deberes recíprocos fueron abolidos. El propio interés nacional se encontraba sujeto a los intereses cosmopolitas de la competencia despiadada, casi salvaje, de un éxito económico sin piedad que lanzaba a todos los hombres a la “lucha por la vida”, al mismo darwinismo social [25].
Ante ese estado de cosas, ampliamente comprendido por los socialismos diversos (científico, utópico, libertario) y los primeros científicos sociales, De Mun definió los rasgos de su nueva apuesta corporativa, finalmente siguiendo las tesis de Léon Harmel [1829-1915]. Si bien la aprobada Ley Waldeck-Rousseau había permitido uniones mixtas de trabajadores y empresarios, no recogió la propuesta de De Mun sobre el derecho de las mismas a recibir donaciones y legados, así como su capacidad para organizar sociedades sindicales corporativas contra el desempleo, la pobreza, la enfermedad y la vejez. Pese a este revés siguió con su acción social en varios campos[26]:
-          En 1887 defendió, también sin éxito, dos proyectos de ley destinados a proteger a los agricultores sobre la indivisibilidad de las fincas en la herencia (permitiendo el ahorro familiar); ahora bien, dicha propuesta sería aceptada finalmente en julio de 1909, con la ley sobre la propiedad de la familia.
-          En 1886, fundó la Asociación Católica de la juventud francesa (ACJF), pasando de 1500 miembros en su primer congreso en Angers en 1887 a 140.000 miembros en 1914.
-          En 1888 presentó un proyecto de reglamento de trabajo de las mujeres y el descanso dominical; en 1890 consiguió la aprobación de una enmienda que prohibió el trabajo infantil por debajo de 13 años; asimismo apoyó la regulación de la legislación laboral sobre los accidentes profesionales eliminado la responsabilidad extracontractual[27].
 
  1. El Pacto. La necesidad del Ralliement político.
Ya no había alternativa a la République. Ante la “ruina de la Iglesia” en el país[28], solo cabía una decisión. Siguiendo las pautas de la Encíclica de León XIII Inter Sollicitudines (1892), asumió plenamente la legitimidad del régimen republicano, siempre bajo el principio de respeto a la religión católica (siendo elogiado públicamente por el Papa).  Alejado de sus viejos compañeros antirrepublicanos, el 23 de mayo de 1892 en Grenelle, en el Congreso de la ACJF, se sumó al ralliement:J'entends placer mon action politique sur le terrain constitutionnel pour me conformer aux décisions du souverain pontife[29].
La conclusión era clara: no era viable ni realista la defensa de un sistema político en concreto (en Francia, la monarquía). Ahora lo importante era proteger la actividad de los católicos en las instituciones republicanas. De Mun, su colaborador Jacques Piou [1838-1932] y el príncipe D`Arenberg apostaron por esta línea, frente a los restos legitimistas, agrupados posteriormente por Jacques Bainville [1879-1936] y Charles Maurras [1868-1952], y ante el naciente catolicismo liberal del Partido Democrático Cristiano [30].
De nuevo en el Parlamento, como representante de Morlaix (desde 1894 hasta 1914), se dedicó a promover una profunda Reforma social en el sistema republicano. Se convirtió en figura popular en el contexto de construcción del Estado social francés, siempre desde los principios de la doctrina social católica (DSI) ya claramente marcados por León XIII en Rerum novarum (1891). Portavoz de la justicia social en época de crisis y desigualdad creciente, De Mun siguió defendiendo la necesidad del ascendiente moral de la Iglesia en una cada vez más secularizada sociedad francesa[31].
En 1897 fue nombrado miembro de la Academia francesa, siendo muy aclamado por sus breves pero elocuentes discursos. En ellos denunció los primeros proyectos de Ley de separación Iglesia-Estado en Francia, apostó por el rearme nacional tras la aplastante derrota en la Guerra Franco-prusiana, y defendió la viabilidad del cristianismo social frente a las críticas del socialismo radical de Jean Jaurès[1859-1914][32].
Ante el laicismo estatal, especialmente visible tras el triunfo electoral del bloque izquierdista en 1902, creó, con otros antiguos monárquicos como el católico liberal Piou, el partido Action libérale populaire [1901-1919], cuyo lema fue “Liberté pour tous; égalité devant la loi; amélioration du sort des travailleurs[33]. Desde esta plataforma se volcó en la labor crítica contra los gobiernos de Pierre Waldeck-Rousseau (de 1899 a 1902) y de Émile Combes (de 1902 a1905), y a la finalmente promulgada Ley de separación de la Iglesia y Estado de 1905[34].  Pese a su marcada posición política, se opuso a la línea de acción de la naciente y contrarrevolucionaria Action française, a la que criticó en su artículo “Descendons dans la rue”, publicado en L'Univers en 1909.
Finalmente quedó la herencia. Mientras su amplia labor parlamentaria y legislativa, sus “combates”, fueron reconocidos en los anales republicanos[35], su obra doctrinal fue limitada. Siempre había que estar en la calle, proclamó sin descanso De Mun. La política diaria, parlamentaria superó su reflexión doctrinal; así destacaron sus artículos siempre críticos en Le Figaro o La Croix[36], y su testamento intelectual Ma sociale vocación (1909).
La pluma se limitó, ante esa “vocación social” práctica y directa[37], siempre fiel a una nación a la que pretendió redimir; y que, incluso, en los últimos meses de su vida, cuando comenzaba la Gran Guerra, le hizo movilizar todos sus recursos para difundir entre los católicos postergados la defensa de la nación francesa[38].
Acusado en los últimos años de su vida como defensor de empresas perdidas (la vuelta de la Monarquía, la Francia católica, el nacionalismo imperial, incluso la justicia social), su muerte le otorgó, ante la tragedia nacional que se avecinaba en la línea Maginot (1915), el reconocimiento de una labor siempre al servicio del Bien común. En su funeral en Burdeos, el mismo presidenteRaymond Poincaire [1860-1934] le otorgó honores de Estado, y Paul Deschanel, presidente de la Asamblea, le definió como “el honor inmortal de Francia. Para su colaborador y amigo Piou, en su vida “defendió causas impopulares pero en su muerte fue el hombre más popular[39].


Wilhelm Emmanuel Freiherr von Ketteler 1811-1877
                                

                                                                                                                                                          

Antonio Vicent Dolz 1837-1912

Eclesiástico español. Jesuita en 1861, organizó en Manresa un Círculo Católico Obrero (1865), actividad que desarrolló en Valencia, Castilla y Baleares tras un exilio europeo del que regresó en 1883. Entre sus libros, cabe recordar Socialismo y anarquismo (1893) y De la agremiación dentro y fuera de los círculos católicos obreros (1905).

El Padre Antonio Vicent Dolz, propulsor y fundador de la Cooperativa de Labradores de San Isidro de Castellón, nace en Castellón el 2 de octubre de 1837, donde cursa sus estudios de Bachillerato, posteriormente estudia Derecho en la Universidad de Valencia y Filosofía y Letras en la de Madrid. Tras un periodo como pasante del jurista Aparisi Guijarro, profeso en la Compañía de Jesús. Más tarde estudio la carrera de Ciencias en la Universidad de Sevilla, en la que conoció a Ramón y Cajal. Acabada esta carrera es enviado como profesor a Manresa.
Con la revolución de 1868 es desterrado de España, estuvo en Francia, Bélgica y Alemania, conoció los Círculos obreros católicos alemanes de Colonia, Múnich y Bonn, así como los de Ginebra y Lucerna en Suiza, allí nace su obsesión por la cuestión social.
Una vez en España se instalo en el Colegio de San José de Valencia, que sería su centro de operaciones hasta su muerte. Estos Círculos eran organizaciones en las que concurrían fines mutualistas, religiosos, instructivos y recreativos desde los que intenta crear diversas cooperativas.
Fruto de su labor fue el Consejo Nacional de Corporaciones Católico—Obreras del que surgieron varias instituciones económicas y, sobre todo, El Banco León XIII que nace en Madrid como consecuencia de un ciclo de conferencias que organiza en 1903 y que tanta importancia tuvo para Cajas de Crédito.
Producto de su actividad fue el Movimiento Cooperativo Gremial que, nacido en esa región, se va extendiendo por Catalunya y Aragón.
Sus libros más importantes son “Socialismo y Anarquismo” (1895) “Manual de las Escuelas de Reforma Social (1984) “Estatutos del Gremio de Labradores o Sindicato Agrícola” (1904) “Agremiación (1905) y Cooperativismo Católico (1906).
La ley de Sindicatos Agrícolas, que durante tantos años ha regulado la vida de estas sociedades, es un triunfo reconocido a las asociaciones católicas. Esta Ley facilitaba la implantación de cooperativas rurales: los sindicatos se dedicaron a las cuestiones prácticas: compra y venta conjunta de simientes, seguros para las cosechas y suministro de fertilizantes. El padre Vicent dice de ella que es la ley mas favorable a la agricultura que se ha dado desde Felipe II.
Otra idea suya fue el proyecto de un Instituto Nacional de Previsión que, expuesto en 1905, fue llevado a cabo por su discípulo Maluquer con Dato, Azcárate y Moret.
De él dice Severino Aznar, catedrático de Sociología de la Universidad de Madrid, que”figuras tan luminosas, vidas tan llenas y tan ricas de acción bienhechora aparecen pocas veces en los horizontes de un pueblo”.
Desde 1896 emprendió la agremiación de un modo directo, prescindiendo de los círculos ya fundados. Después de la Asamblea que se celebro en enero de 1896 en Castellón y la posterior en Madrid, quedo ahí instalado el Consejo Nacional. En 1905 había fundado ya más de un centenar de asociaciones con el nombre de Gremio de Labradores.
Consecuencia de la citada Asamblea de Castellón fue la fundación del Gremio de Labradores de San Isidro. Son continuas las referencias a la persona del Padre Vicent que se encuentra en los escritos de esta sociedad hasta su muerte, en los que aparece explicando, sugiriendo y aconsejando en el día a día de la gestión de la misma.
En el acta de la sesión celebrada por la Junta Directiva el 16 de junio de 1912 “se dio cuenta del fallecimiento del fundador de esta sociedad. Reverendo PADRE Antonio Vicent. El 9 de junio había fallecido en Valencia y como dice el Doctor González Sobaco “salvando el enfoque religioso de la sociedad secularizada de nuestros días, la fecunda imaginación del padre Vicent habría dado cabal orientación a la Seguridad Social más avanzada, gran problema de nuestro tiempo, tan necesitada de humana racionalidad, desmasificación e inteligente vigilancia del gasto”.
CONSTITUCIÓN DEL GREMIO DE LABRADORES DE SAN ISIDRO DE CASTELLÓN
El Gremio de Labradores de San Isidro surge dentro de este movimiento cooperativo y propiciado por el Padre Vicent. Las relaciones de esta sociedad con las del Circulo Católico de Obreros eran muy estrechas, compartiendo ambos su Casa Social. Esta estaba originalmente situada en la propia sede del Circulo Católico, en la calle En medio, teniendo los almacenes en el inmueble de la Calle del Mar, números 1 y 3 (Hoy Avenida de los Hermanos Bou) , esquina calle Gobernador de esta Ciudad
El día 21 de mayo de 1896, fue cuando se constituyo el Gremio de Labradores de San Isidro de Castellón, dentro de un movimiento social que propiciaba la creación de unas instituciones que pretendían encauzar inquietudes y necesidades especificas tanto en el ámbito social como en el económico de la ciudad.
En su estatuto original mezcla los conceptos de de gremio y el de cofradía, asignándole al primero un carácter organizativo y corporativo, mientras que el segundo se refería aun aspecto religioso. Consecuentemente el escudo o sello del gremio era una cruz y un arado y su lema “Unos por Otros y Dios por Todos”
En la conciencia colectiva de aquellos hombres que constituyeron el citado Gremio aún latía el referente que supuso la institución gremial tal como se concebía en la Edad Media y que había resurgido durante el Reinado de Fernando VII, concretamente por la Circular de 25 de abril de 1815 que mandaba recoger y revisar las ordenanzas gremiales. Siguiendo esta filosofía que aún hoy marcan el espíritu cooperativo, en el primer reglamento del Gremio, el que entro en vigor en el momento de su constitución en 1896, dentro de las condiciones que se exigían para ser socio figuraba la de”…procurar la restauración de los antiguos representantes de los gremios”
Los agremiados o socios podían ser aquellos propietarios, colonos, medieros, arrendatarios, jornaleros o braceros que residieran en Castellón y cuya ocupación principal fuera el cultivo dela tierra .Existían otros socios que no reunían las condiciones referidas pero que lo eran por contribuir a losfines del gremio por su cooperación personal
La situación social defínales del Siglo XIX estaba marcada por la abolición de dicho sistema medieval, los efectos de la Revolución Industrial, el enfrentamiento social entre grupos conservadores y liberales, republicanos y monárquicos, dentro de estos carlistas e isabelinos y la promulgación de distintas constituciones (hasta un total de siete) En definitiva, signos reveladores de que se estaba asistiendo al cambio de una época y por tanto, situaciones nuevas que requerían de respuestas originales
Que Castellón fuese una sociedad eminentemente agrícola no significa que fuera una sociedad estancada. Muy al contrario, las estructuras agrarias castellonenses, que no habían dejado de evolucionar durante todo el Siglo XIX, estaban inmersas cuando apareció el Gremio de Labradores de San Isidro en un proceso profundas y transformaciones con múltiples repercusiones sobre todos os aspectos (económicos, sociales, políticos…) de la vida local. Alguna de estas trasformaciones se habían iniciado en fecha relativamente reciente, otras hundían sus raíces muy atrás en el tiempo, prácticamente todas, se aceleraron a partir de los años finales del siglo XIX.
A lo largo del siglo XX la agricultura castellonense había experimentado una expansión basada en dos procesos simultáneos. Por una parte, en la extensión de la superficie cultivada, conseguida mediante la roturación de terrenos de secano y también mediante el saneamiento de la marjalería.Por otra parte, en la ampliación del área irrigad. A su vez esto último, que permitía un uso mas intensivo de la tierra, se logro por tres vías distintas, a) convirtiendo en regadío terrenos situados entre la Acequia Mayor-o la acequia de Coscollosa y el mar, b) bonificando la franja pantanosa paralela a la costa , c) transformando en regadío algunas zonas del antiguo secano, gracias al agua obtenida mediante la canalización de la Rambla de la Viuda, desde la década de 1870 y mediante la perforación ,parece que algo posterior, de los primeros pozos de riego. Como resultado de todo ello, entre 1777 y 1900 la superficie cultivada aumento en un 58% al tiempo que la superficie regada lo hacia en un 44%. Entre 1900 y 1920 la superficie total cultivada se mantuvo prácticamente sin variación. Sin embargo, durante el mismo periodo de tiempo el área irrigada creció en un 17% gracias a la perforación de nuevos pozos en el secano.
A partir de los años finales del siglo XIX, se produjo en Castellón una eclosión de asociacionismo agrario, pueden citarse que en 1896, se constituyo, tal como se ha indicado, el Gremio de labradores de San Isidro; en 1898 apareció la Comunidad de Labradores ; en 1899 la Cámara Agrícola; en 1904 el Sindicato Agrícola “La Fertilizadora” ; en 1906 una “Cooperativa Naranjera” (reconocida como sindicato agrícola en agosto de 1908) ; en 1910 “Victoria, Cooperativa Naranjera de Levante (reconocida como sindicato en mayo de 1915); por los mismos momentos, el Sindicato Agrícola “El Litoral” (reconocida como sindicato en marzo de 1915. Pero no será aquel un fenómeno exclusivamente local, ni siquiera exclusivamente valenciano o español, porque por aquellos momentos casi todas las agriculturas europeas estaban inmersas en un ambiente de ebullición asociativa.
Europa sufrió una crisis agraria generalizada (aunque algunas zonas, el País Valenciano entre ellas, resultaron relativamente poco afectadas) durante el último cuarto de siglo XIX. A partir de la década de 1870-1880, los mercados del continente fueron invadidos por enormes cantidades de de determinados productos (trigo, arroz, aceites…) de procedencia ultramarinos, que provocaron un descenso en los precios y una caída en las rentas agrarias. Como resultado, aumento el endeudamiento campesino, los productores mas débiles se vieron obligados a deshacerse de la tierra, se disparo la emigración rural y el campo se vio sacudido por una oleada de conflictividad La mayoría de países -España entre ellos- recurrieron a la implantación de fuertes aranceles para regular sus mercados interiores de la competencia extranjera. Aun así, en el futuro los agricultores tendrían que esforzarse cada vez más para producir a precios competitivos si querían mantenerse activos dentro del sector. Les sería necesario, por ejemplo especializarse en los artículos que, de acuerdo con las características de cada zona, podrían ser producidos de una forma mas eficiente, tendrían que hacer un mayor uso de abonos químicos, mecanizar ciertas labores, cultivar de un manera más esmerada.
Pero todas esas reformas requerían unas inversiones que los labradores mas modestos no estaban siempre en condiciones de realizar. Para permitir que también ellos pudieran participar en el proceso de renovación agraria, fue entonces cuando comenzaron a difundirse las cooperativas. Unas cooperativas, integradas básicamente por pequeños y medianos campesinos, que casi siempre pretendían actuar como instrumento de financiación, proporcionar abonos baratos a los socios y facilitarles el acceso a maquinaria ahorradora de trabajo.
Los fines de la Sociedad eran de tipo económico, suponiendo esto el facilitar a los socios aperos y máquinas agrícolas, abonos, plantas semilla, animales y demás elementos de la producción y el fomento agrícola o pecuario. Así como el facilitar las ventas, la exportación y mejora de los productos de cultivo, la roturación, explotación y saneamiento de terrenos incultos, la aplicación de remedios contra las plagas del campo. También el facilitar el crédito agrícola, el cual, tras algún intento anterior, se consiguió poner en funcionamiento a finales de1903.
También tenía señalada la instrucción como fin, para cuto cumplimiento se procuraban conferencias sobre agricultura, moral, higiene etc. Así como la publicación y difusión entre los agremiados de folletos y revista. Asimismo se disponía de una biblioteca popular de la que se enorgullecían.
Dentro del fin instructivo figuraba también el establecimiento de escuelas. Nocturnas, en las que se enseñaba a contar, leer y escribir a los socios y a sus hijos
Se establecía también la realización la realización de seguros sobre edificios, pedrisco, animales de labor o recría, redención sobre el servicio militar y sobre la vida.
Iban más allá de los principios aginados a los Círculos Católicos de Obreros, ya que el movimiento de las cooperativas es el que promueve e inspira la Ley de Sindicatos Agrícolas de 28 de enero de 1906 que recoge en su texto ese carácter mutualista, económico e instructivo irradiándolo a todo el movimiento cooperativo, hasta el punto de que en unos estatutos aprobados en la República y estando dirigida a la sociedad por un Comité incautador del Frente Popular, se señalan como fines de la misma el cultural, el benéfico y el económico
La cooperativa modifica sus Estatutos para acogerse a la Ley de 1906 de Sindicatos Agrícolas, el 23 de junio de 1907, teniendo su domicilio social en la Calle del Mar, núm. 1 y 3 y modificando su denominación por la de Sindicato Agrícola Obrero de Castellón de la Plana.
Entre las secciones que integran la Sociedad aparecen la Casa de Socorros mutuos, las Cajas de crédito Popular, que se habían constituido después de un periodo de preparación, el día 20 de diciembre de 1903, iniciando su servicio el primer día de 1904 y las secciones de consumos y productos.
En un terreno alquilado a la viuda de Bigné, en el paseo camino de Lledó partida de la Plana, se realizaban experiencias agrícolas, plantando simientes y plantas que deseaban probar los socios, como fueron, por ejemplo, plantel de vides americanas o simientes de cáñamo de Bolonia. Los primeros ensayos se llevaron a cabo en 1903 sobre el cultivo del algodón, a este respecto Salvador Guinot en una Asamblea explica a los reunidos el deber que tiene el Gremio de realizar estas experiencias en bien de sus asociados.
Uno de los servicios más importantes fue el almacén de abonos químicos y de materias primas, que alcanzaban un consumo por valor en el año de 1908 de 150.000 pesetas. Por esto, así como por la importancia económica que tenían las exportaciones de productos agrícolas, se remitió por la Junta Directiva un escrito al ministro solicitando le fuera permitido al Sindicato nombrar un representante en la Junta de Obras para la construcción del puerto de Castellón.
Se proporcionaban a los socios pobres unas ayudas en caso de grandes calamidades, también en los casos de enfermedad que imposibilitaban al socio para el trabajo. Estaba establecido por el Sindicato, con carácter mutual un seguro por la muerte de las caballerías de los asociados.
En la reforma de 1935 se incorpora al reglamento de la sección de exportación dentro de la actividad de la cooperativa e integrada en ella. Esta sección dará lugar a la constitución de cuatro sociedades de exportación, que llegan a nuestros días con la denominación de “Sociedad de Exportación de la Cooperativa Agrícola San Isidro”
La sede social fundacional fue la del inmueble de Calle En medio, sede del Círculo Católico. A este domicilio se había trasladado el Círculo, tal como recoge la revista “El Obrero Católico” de 1 de noviembre de 1893. La coincidencia de las dos sedes la recoge el reglamento de 1896. Esta sede estaba situada hasta la desaparición del Círculo en 1930,en el edificio en el que hasta los años 80 del Siglo XX existía una sala de billares y anteriormente tuvo su domicilio el Ateneo.
Es difícil resumir en una líneas la actividad de una sociedad implicada en el crecimiento de su ciudad, en la que han intervenido de una forma activa, no solo en sus inicios cuando la economía era fundamentalmente agrícola sino también en su desarrollo posterior, adaptándose a las necesidades que han surgiendo en los cultivos sucesivos y propios de la economía de Castellón: el del algodón, del cáñamo, del arroz, del trigo, de la vid y de la naranja, poniendo a su disposición la maquinaria adecuada, agramadoras mecánicas, trilladoras, lagares, secaderos, almacenes, etc. Los que aún retienen la memoria histórica viva, nos recuerdan como los tractores de San Isidro trabajaban las tierras del arroz, ajustando los precios a la baja, o como transformaban la partida de la Magdalena o la del Bovalar que producían garrofa, en fértil y valiosa naranja.
El Gremio de San Isidro creció año tras año durante la primera década del siglo XX, de los 363 socios de 1901, paso a un máximo de 950 en 1910, pese a que disminuyó durante los años 20, el número de socios ya no experimentaría grandes modificaciones entre entonces y la Guerra Civil.
Según el reparto confeccionado en 1910 por la Comunidad de Labradores, nos ha permitido saber la superficie que poseían y/o cultivaban como arrendatarios en el Termino Municipal de Castellón, los miembros del Sindicato Católico Obrero.
Según el reparto, 445 de aquellos 807 socios poseían tierra en Castellón (un total de 16.428 hanegadas) mientras los otros 362 no eran propietarios. Eran arrendatarios 133 de los propietarios y 96 de lo no propietarios. Por tanto 269 socios no poseían tierra ni eran arrendatarios; los restantes 538 cultivaban en total 18.112 hanegadas.
LA CAJA RURAL
El nacimiento de la la sección Caja Rural se produce después de algunos intentos con poco éxito de dotar de medios financieros a los asociados del Circulo Católico de Obreros. El 1 de abril de 1895,tal como recoge la revista de la época “El Obrero Católico” , se establece dentro del Circulo una sucursal de la Caja de Ahorros de Valencia a iniciativa de José Matutano, encargándose de su gestión el acaudalado Rafael Gasset Lacasaña. Las imposiciones producían un 4% de interés anual, pero no tuvo una especial aceptación.
Era difícil que los grandes bancos concedieran préstamos a los campesinos, por lo que éstos se veían obligados a acudir al prestamista. Esta fue la principal causa de la creación de las cajas rurales, es decir, el evitar la usura en el campo.
Los asociados, al ofrecer a la Caja Rural su responsabilidad personal y solidaria, consiguen que çesta se convierta en una potente organización crediticia, pudiendo conseguir los recursos, bien de los depósitos de los socios o bien recurriendo a otras entidades.
La Federación Castellonense de Sindicatos Agrícolas con su Sección de Caja Federal de Crédito Agrícola nace en junio de 1923, la forman el Gremio de San Isidro de Castellón, San José de Almazora, Católico Agrario de Vila-real, Obrero de Burriana, Católico de Vall d’Uxo, San Jaime de Alquerías del Niño Perdido, Nuestra Señora de la Esperanza de Onda, San Jaime de Borriol, San Mateo de esa villa y Católico de san Jorge.
El 20 de enero de 1946, reunidos en Junta General Extraordinaria y al amparo de la Ley de Cooperación de 2 de enero de 142, se acuerda constituir la Caja Rural de la Cooperativa Agrícola San Isidro de Castellón. Esta constitución significa realmente la adaptación de la Cooperativa a una nueva legalidad, siendo nombrado su primer presidente D. Domingo Traver Escrig y su primer Director General D. Antonio Dols Sacristán, con un capital de 453.000 pesetas y unas imposiciones de 3.500.000 de pesetas
En la asamblea General celebrada el 11 de diciembre de 1968 se acordó la por laque sire actualmente modificación del Reglamento, motivada por la Orden del Ministerio de Hacienda de 14 de junio, con el fin de quela Caja Rural pudiera solicitar su inscripción en el Registro de ese Ministerio, en la sección de Cooperativas de Crédito. Posteriormente adapto sus estatutos a la Ley General de Cooperativas de 1974 y finalmente a la Ley Valenciana 11/1985
La primera entrega al capital de la Caja Rural fue de mil pesetas, hecho por el Gremio por una sola vez y sin derecho a ningún beneficio: en 1909 tras la modificación de sus Estatutos, el Sindicato Agrícola aportó la cantidad de cuatro mil pesetas, estando formado el resto del capital por las aportaciones de los socios y las ganancias obtenidas.
Si bien en un principio los destinatarios de los préstamos debían de ser únicamente los socios y para fines agrícolas, la realidad es que con el transcurso de los años, se amplió a los no asociados, permitiendo servir, sin olvidar la agrícola, a otras finalidades e intervenir en otras actividades económicas distintas de está, tal como va requiriendo el desarrollo comercial e industrial de la Ciudad.

Karl Freiherr von Vogelsang 1818-1890


















Alois Lichtenstein 1869-1968




















Franz Martin Schindler 1847-1922

















Karl Lueger 1844-1910


















Othmar Spann 1878-1950


















Erich Hermann Wilhelm Vögelin 1901-1985



















Walter Adolf Franz Heinrich 1902-1983.



Kurt Schuschnigg o von Schuschnigg  1897-1977


















Engelbert Dollfuss















Pio XI



Santiago María Ramírez de Dulanto  1891-1967

Filósofo y teólogo español, seguramente el filósofo neotomista más importante y el máximo moralista escolástico del siglo XX. Hijo de labradores, Santiago María Ramírez y Ruiz de Dulanto nació el 25 de julio de 1891 en Samiano, pueblo de la caput castellae, en el condado de Treviño (Burgos). Vive en casa de sus padres hasta 1906, en que su padre encomienda su educación a un amigo maestro. En un año y medio aprende latín. En 1908 entra en el Seminario Mayor de Logroño, donde estudia Filosofía hasta 1911, logrando en todas las asignaturas la calificación de Meritissimus. Tras decidir tomar los hábitos de Santo Domingo, en el verano de 1911 se traslada a Corias (Asturias), donde se encontraban el Noviciado y el Studium de Filosofía que la Orden dominicana regentaba en su provincia de España. Una vez convalidados sus estudios de Humanidades y Filosofía, cursados en el Seminario de Logroño, hace su profesión de dominico y en agosto de 1911 toma el hábito. Realiza estudios superiores en Roma, en la Pontifica Universidad de Santo Tomás, más conocida como Angelicum. Recibe la tonsura el 7 de marzo de 1914, en la Basílica de San Juan de Letrán. Se ordena sacerdote el 16 de julio de 1916 en la iglesia de San Apolinar de Roma y celebra su primera Misa en la capilla de Santo Domingo del convento de Santa Sabina en Roma. Realiza su examen de Lector, equivalente al Doctorado de la Orden, el 27 de junio de 1917, defendiendo una tesis de quidditate Incarnationis. Entre 1917 y 1920 imparte clases de Filosofía en el Angelicum, que incluyen Lógica, Ontología, Cosmología, Psicología e Historia de la Filosofía Moderna. En 1920 sus superiores lo trasladan al convento de San Esteban de Salamanca, donde durante tres años imparte clases de Teología: dos cursos de divina revelatione, un curso de Ecclesia y un curso de Teología Dogmática. En 1923 se traslada por orden de sus superiores a la Universidad de Friburgo, donde profesa Teología moral especulativa hasta 1945, en que vuelve a España para hacerse cargo –de nuevo, por orden del provincial de su orden, el P. José Cuervo– de la dirección del Instituto «Luis Vives» de Filosofía, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tras haber rechazado la cátedra de Metafísica de la Universidad de Madrid. En 1947 cesa de su cargo como director del Instituto de Filosofía «Luis Vives», al ser nombrado Regente de Estudios de la Provincia Dominicana en España. Fruto de su labor es la creación, en 1947, de la Facultad de Teología del convento de San Esteban, así como la elevación, en 1966, del Estudio General de Filosofía de las Caldas de Besaya (Cantabria) a Instituto Superior de Filosofía, equivalente a una Facultad de Filosofía dependiente de la Universidad de Santo Tomás de Roma. En 1949 el P. Ramírez viaja a los Estados Unidos, donde imparte una serie de conferencias en Cincinnati, Ohio, River Forest y Washington. En 1952 interviene en el Congreso Eucarístico de Barcelona y en 1956 en el Congreso Internacional Pax Christi. En 1958, a requerimiento de sus superiores, escribe La filosofía de Ortega y Gasset, que recibirá la crítica de Laín, Aranguren, Marías y Maravall, a los que a su vez el P. Ramírez responde en sendos libros, ¿Un orteguismo católico? (1958) y La zona de seguridad (1959). Interviene en el Concilio Vaticano II como perito experto en la comisión de mayor rango doctrinal del concilio, la Comisión Teológica, en cuyas discusiones participa muy activamente, siendo suya la fórmula definitiva sobre la muy discutida Colegialidad Episcopal. Muere el 18 de diciembre de 1967 en su celda de San Esteban de Salamanca. Sus restos descansan en el Panteón de los Teólogos, junto a los de Vitoria, Soto y demás glorias de la orden de predicadores.

Doctrinalmente el P. Ramírez descuella como tomista acendrado y metafísico de altura, especialmente con su filosofía del orden y de la analogía. Frente a la filosofía existencialista tan en boga en los años 50 y 60, el P. Ramírez defiende los fueros de un esencialismo y de una realidad ordenada a partir de los principios del ser genérico. Su concepción ontológica de la realidad descansa sobre el concepto clave de orden, como producto del juicio de la razón basado en una consideración analógica del ser. La Filosofía podría incluso reducirse a la idea de orden. En su obra De ordine, el P. Ramírez  nos presenta como objeto propio de la Metafísica el ser real en cuanto esencia común a los diez predicamentos. Además, el orden debe entenderse de manera analógica, como relación de cosas distintas y desiguales, pero coincidentes de algún modo en algo único y fundamental, ya sea en términos de anterioridad o posterioridad, ya sea en términos de más o menos. Termina el P. Ramírez asimilando el orden a un modo de analogía, a saber, la analogía de atribución intrínseca, que sería el primer analogado dentro del conjunto de los distintos modos de analogía. El orden también representaría la esencia del tomismo y Santo Tomás sería doctor ordinis. Por otra parte, el P. Ramírez defiende una doctrina antropológica según la cual la persona humana no puede reducirse a su esencia o naturaleza, porque el yo añade algo a éstas. El constitutivo formal de la persona sería algo positivo, distinto de la naturaleza individual y de la existencia en acto; sería su término substancial y el sujeto inmediato y propio del acto de existir.

En 1935 el P. Ramírez mantuvo una polémica con Jacques Maritain sobre el valor de la filosofía moral. Según el francés, no puede haber una ética natural o filosófica independiente de la Teología; el P. Ramírez criticó esta actitud fideísta, saliendo en defensa de una verdadera filosofía moral y autónoma frente a la Teología moral de Maritain. Durante estos años publica tres tomos de su De hominis beatitudine y comienza a perfilar su idea de Bien Común como base de toda su filosofía política. Frente a Maritain y los personalistas exaltadores de la individualidad como personalidad dentro de lo que calificaban «drama del individualismo moderno», el P. Ramírez recurre a la idea de Bien Común inmanente a la sociedad. En Pueblo y gobernantes al servicio del Bien Común (1956) y Deberes morales con la comunidad nacional y con el Estado (1962), el P. Ramírez aplica su idea de orden a la filosofía política: ontológicamente, la sociedad se compone de seres racionales y sociales que no deben buscar la sociedad para el bien propio, sino para el Bien Común, como fin político y jurídico de derecho; pero el Bien Común no es un bien colectivo entendido como suma de bienes propios, porque no es una especie, ni un género, sino un todo análogo, puesto que el concepto formal y esencial del bien difiere respecto a la sociedad y a la persona individual; el mayor Bien Común inmanente de la sociedad es el Bien Común del Estado; según el P. Ramírez,  

"después de Dios, el Estado es el mayor de todos los bienes del hombre" (o debería serlo), 

siendo la autoridad o el poder lo que unifica, organiza y ordena las fuerzas de la muchedumbre en vistas a su perfección común. Pero una sociedad jamás puede alcanzar el Bien Común sin unidad; por tanto, la mejor forma de gobierno será aquella que asegure la unidad.

En el opúsculo Doctrina política de Santo Tomás se manifiesta plenamente organicista. frente a Rousseau afirma:

"El individuo es el material... inmediato de la sociedad simple...; pero no es el material inmediato de la sociedad compuesta... El material inmediato del Estado no es atómico ni simple, sino compuesto de varios seres humanos ya organizados en sociedades preliminares e imperfectas; es un material orgánico".

Consecuentemente , el ciudadano  no está únicamente vinculado con todos los demás para constituir  el Estado a través del contrato social, sino que está vinculado a numerosos cuerpos intermedios:

"Un mismo individuo puede ser marido, padre de familia, amo, profesor, médico y, según estos diversos estados, condiciones u oficios, puede pertenecer a diversas sociedades". 

De ahí se deduce la representación corporativa. El autor es "partidario del sufragio universal restringido y seleccionado; por ejemplo, de los cabezas de familia y mayores de edad para la elección de los concejales, de éstos para la elección de alcaldes, de alcaldes para la elección de gobernadores, de gobernadores para la elección de ministros, de ministros para la elección del Jefe del Estado. Añadiendo, además, para todas estas escalas el voto proporcional de las diversas artes y oficios, gremios y corporaciones, obreros y patronos, comerciantes e industriales, escuelas, institutos y universidades".

Aunque el teólogo se remite al magisterio aquinatiense, su exégesis es un desarrollo personal desde el espíritu tomista; pero no desde unos textos que no existen. El corporativismo de Ramírez no está en contradicción con la Summa; pero no procede inmediatamente de ella, sino de fuentes modernas.

José Corts Grau 1905 - 1995
José Corts Grau subrayaba el “sentido español de la democracia”, conectándolo con las directrices al respecto del Papa Pío XII.

“Hace ya dos lustros que mi Patria, desdeñó y sigue desdeñando mimetismos fáciles para, reivindicar valores eternos, y va, venciendo de la mano de Dios las tentaciones del diablo”

Estas palabras de Corts Grau remitían a valores católicos y autóctonos que fundaban la interpretación española de la Democracia orgánica.

Frente al Positivismo que “deriva hacia una concepción voluntarista de la ley y de la política”, el Derecho debía reclamar “los conceptos objetivos de fin yde bien”.

El fin de la política, el Bien común, necesitaba de una jerarquía jurídica que reconociese la constitución anterior y orgánica de la Sociedad frente al Estado. Los mandatos del Estado –como establecía Laski- “deben justificarse por razones distintas de las de su origen como voluntad del Estado, de donde precisa una teología de la ley”.

La cuestión de la justificación del Estado debe resalta su fin primordial: un orden justo. El Estado se justificaba en cuanto fomenta la convivencia feliz y la perfección temporal de los súbditos; debía haber una unidad de principios jurídicos fundamentales para garantizar el derecho, organizar la sociedad y legitimar el Estado. Por ello, el régimen dictatorial garantizaba esta unidad como frente al totalitarismo marxista y ante la incapacidad de la democracia liberal para enfrentarse con los nuevos enemigos.

Así la Democracia Orgánica de Corts, española y católica, respondía a la “vocación de unidad frente a la dispersión, a un sentido conciliador y orgánico frente a la lucha de clases, y busca una compenetración entre la profesionalidad y la ciudadanía, cuya fórmula impecable se hallaba ya en nuestro acervo clásico: servicio.

Pese a ciertos rasgos comunes con el falangismo y las formas consagradas de fascismo, su reciente derrota, habían mostrado los fallos en sus “bases doctrinales y en muchos de sus modos técnicos e incluso de sus modales cotidianos”. Corts apelaba a defender esta versión española de la Democracia, pero sin “rasgarse las vestiduras porque cundieran también aquí las tendencias antidemocráticas y anticomunistas”.

Esta versión española de la democracia era ahora el objetivo del Pueblo, del Caudillo y del Movimiento Nacional. “La médula tradicionalista”, el magisterio católico y la unidad de poderes se unían para fundar este nuevo sistema representativo del Régimen: una nueva democracia alternativa a la erigida por el constitucionalismo liberal y reactivo contra el “panteísmo estatal”, que conducían “a la utopía o a la farsa del totalitarismo democrático”.

“Nosotros nos resistimos a embarcarnos en una aventura demoliberal” proclamaba Corts. Para ello apelaba a las siguientes razones:

a) porque sangramos todavía de la reciente;

b) porque ello significaría un fraude histórico;

c) porque, pese a la aparente euforia de las sirenas, los grandes demócratas reconocen que el concepto y sus formas están en crisis;

d) porque pugna con nuestra dogmática y nuestra ética cristianas”.

Así Corts reivindicaba “la democracia auténtica al dictado del Pontífice”, fundada en el Catolicismo,“que calibra exactamente la responsabilidad del gobierno y la dignidad del hombre”, en el Tradicionalismo, que hace contar con los antepasados y con la propia sangre, y en el Movimiento Nacional, que en su Punto VI, de pura estirpe democrática, reflejaba que "todos los españoles participarán en el Estado ["omnes partem aliquam habeant in principatu..."] a través de su función familiar, municipal o sindical".

Estos principios se materializaban en una Política social “más avanzada que la de los pueblos llamados democráticos” y en una forma consustancial, la Monarquía, que “ha sido eminentemente democrática”; en este punto hablaba “de la Monarquía tradicional, no de los engendros doctrinarios, mero remate heráldico —en frase de Mella— de las nuevas oligarquías”.





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DEMOCRACIA ORGÁNICA Y DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

(Contribución de un lector del Blog)


La democracia orgánica es una forma de gobierno que se puso en práctica en el régimen de Franco pero cuyo origen es anterior a esta época. Durante el régimen anterior se pretendió, mediante las Leyes Fundamentales, encauzar la realidad y la idiosincrasia españolas, muy alejada del constitucionalismo decimonónico, de tan funesta memoria. 
La democracia liberal se vehicula a través de los partidos políticos, actualmente convertidos en casas o mafias de índole familiar o amical, corrompidos por la codicia y la ambición desmedidas, preocupados por sus propios intereses, mejor dicho, por los intereses de las oligarquías dirigentes; y culpables de la mayor parte de la decadencia española.

El modo de participación en la democracia orgánica es universal, basada en las costumbres tradicionales españolas, en el organicismo tradicional, en el catolicismo, en la justicia social y corporativista. 
Una democracia respetuosa con el ser y la esencia de España, donde Dios ocupa un lugar privilegiado y donde no se le expulsa de sus leyes. Una democracia coherente con la historia del pueblo español, sus costumbres, sus pensamientos y sentimientos. Junto a los principios esenciales cristianos, no puede olvidarse del amor y la defensa de la Patria. Una Nación unida, forjada a lo largo de los siglos, defendida y amada por miles y miles de personas que dieron su sangre generosamente por ella. La Patria es el lugar común de los españoles, su hogar. 
Es un deber cristiano defenderla, emanado de la ley divina. La democracia debe ser servicio, servicio al pueblo y a la justicia social. Los orígenes de la democracia orgánica hay que buscarlos remontándonos a siglos atrás. Ya se puede hablar de ella en cierto modo durante la Edad Media, como ocurrió en las Cortes de Castilla, Aragón y Navarra. Los Reyes Católicos hicieron uso de ella. Los diferentes embates posteriores, especialmente en el período ilustrado y liberal, hicieron tambalear su existencia y, desde entones, vivimos anclados en sucesivos períodos convulsos que, Dios mediante, algún día desparecerán.

No podemos olvidar que las Cortes son el organismo representativo más antiguo de Europa. Conocido todo esto por los liberales decimonónicos y del siglo XVIII, muchos de ellos intentaron reavivar este tipo de representatividad dotándolo de cuerpo y estructura, de vida. Tal sucedió con los primeros liberales y algunos posteriores, que crearon el organicismo liberal, e incluso con algunos intelectuales de izquierdas. Esto hace que se pueda hablar de dos tipos de organicismo, bajo mi punto de vista, el tradicional o genuinamente español, y el liberal o intrínsecamente antiespañol. Este último prosiguió durante el krausismo, el modernismo político, etc.

¿Cómo se encauzaba esta democracia en el régimen del 18 de julio? A través de la familia, que es núcleo social primario y fundamental de toda sociedad. A través del municipio y del sindicato. Estas son las organizaciones naturales de la sociedad que forman una unidad orgánica.

En los consejos económico-sociales se daban cita estas organizaciones para hablar de sus necesidades y buscar soluciones. La democracia orgánica es representativa, tanto de la familia, del municipio como de los trabajadores. La figura del referéndum estaba registrada en la legislación de la época de Franco y se recurrió a él.

¿Por qué una democracia? La democracia es una forma de encauzamiento de la representación del pueblo, es una forma de participación, ya existente en tiempos remotos, aunque bajo muy diversas formas. La democracia es defendida en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). El derecho a la participación social fundamenta la democracia orgánica. Y se concreta en el compromiso de los ciudadanos a ejercer la propia responsabilidad en la construcción de la comunidad social. Presupone la educación y la formación del ciudadano en la participación cívica y política. 
La participación social se orienta a controlar la gestión pública para evitar un crecimiento desmesurado del poder estatal. La participación debe crear los cauces necesarios para llevarse a cabo y compete a todos los ámbitos y a todos los niveles del tejido social. 
A la vez, existen también el derecho a la participación económica y el derecho de asociación –por la sociabilidad natural del hombre. Los principios de subsidiariedad y de solidaridad se pueden aplicar al derecho de asociación-. Este último es un modo de participación social que procura que los ciudadanos se impliquen en las decisiones sociales. El Estado debe fomentarlo. 
La acción social debe respetar al hombre, fomentar el diálogo, luchar por la justicia, tener en cuenta la experiencia de la vida y el compromiso político del cristiano.

Las fuentes de la DSI son la Revelación y la razón –el Magisterio social-. 
La Encíclica Rerum Novarum, de León XIII, en 1891, inicia específicamente una reflexión doctrinal inspirada en el Evangelio y dirigida a orientar la realidad del momento, si bien la Iglesia desde su origen se ha preocupado por las realidades sociales del momento. 
Previamente, Gregorio XVI, en Mirari vos, se posicionó en contra de las doctrinas liberales. Y Pío IX, en Quanta Cura, condena el liberalismo, el socialismo y el comunismo.
 León XIII habla del derecho de asociación y las denominadas entidades intermedias. Trata la cuestión obrera en la Rerum Novarum, considerando la alternativa socialista al problema obrero de injusta e inadecuada y proponiendo una solución al capitalismo liberal causante de los males, con la Iglesia, el Estado y los patronos y obreros como colaboradores. 
La Iglesia debe promover la justicia social en los contratos sociales, la comunión-comunicación de bienes y la fraternidad
El Estado ha de crear mejores condiciones para la liberación y la promoción de la clase proletaria, dedicarse especialmente a la clase inferior, proteger la propiedad privada, evitar la huelga en lo posible, velar por las dimensiones espiritual y corporal del obrero, buscar la justicia en el contrato laboral y crear una legislación para la obtención de la propiedad.

Los patronos y obreros deben crear instituciones de ayuda y cooperación (mutualidades, patronatos, asociaciones obreras). Han de protegerse y promover las congregaciones religiosas que ayudan a la clase obrera y las agrupaciones católicas, así como rechazar las asociaciones dirigidas por agitadores. 
Ya León XIII habló de socialización aunque desde un punto de vista crítico hacia las corrientes marxistas del momento. Este pontífice subraya, en Diuturnum illud, que 
"la autoridad política no dimana de un contrato social, sino de Dios"
Otras encíclicas interesantes en cuanto a la acción política son:  
Au milieu des solicitudes, Humanum genus, Inmortale Dei –constitución cristiana de los Estados-, 
Libertas Praestantissimum –critica el laicismo integral del Estado y de la escuela, las “libertades modernas”, el agnosticismo, el liberalismo..-, 
Sapientiae Christianae habla de los deberes del ciudadano cristiano: a la participación política, a la práctica de la religión, etc.-

Pío XI, en Quadragesimo Anno, 1931, continúa la línea de León XIII, aunque se orientó también hacia la restauración del orden social y su perfeccionamiento según la ley evangélica. Pasó de la cuestión obrera a la cuestión social. Subraya la dimensión social de la propiedad, profundiza en las relaciones capital-trabajo a partir de la complementariedad y reivindica el salario familiar como medida justa. Destaca la función subsidiaria del Estado, condena el liberalismo (cruel, atroz, horrendo), el socialismo (no se puede colaborar con el marxismo-leninismo- estalinismo y rechaza la socialdemocracia). 
La solución es la renovación cristiana de la sociedad, dando primacía a la caridad y teniendo en cuenta que las actividades humanas deben reproducir el plan divino. El nuevo enfoque es el corporativismo. En esta misma Encíclica habla de socialización, referida al socialismo no comunista, aunque rechazando el término. Según este pontífice, la sociedad necesita una “ordenada unión orgánica”. Ni el comunismo, ni el socialismo, ni el liberalismo respetan esta necesaria organicidad natural de la vida social (Divini Redemptoris 23, 29 y 38). Pío XI reafirma la concepción cristiana del Estado, condena el monopolio estatal de la enseñanza, etc.

Pío XII, en el radiomensaje de la Solennita, en 1941, se concentra en el uso de los bienes materiales, el trabajo y la familia. Todo ser humano tiene derecho a aquella parte de los bienes terrestres que necesita para su efectiva realización. Ha de organizarse el trabajo según lo que digan los empresarios y los trabajadores. 
Pío XII distingue dos formas de democracia: la de la masa, o democracia puramente nominal, y la de un pueblo orgánicamente constituido, o democracia real (Radiomensaje de Navidad de 194, Benignitas et Humanitas, 15). .La organicidad es el criterio que las califica. También habla de socialización y la acepta, pero condicionada si se lleva a cabo de forma justa y en aras del bien común, si bien considera el proceso de nacionalizaciones como el menos adecuado para resolver los problemas de forma duradera y justa.

Las entidades intermedias son cuerpos sociales surgidos desde la base social -no son creadas por la autoridad-, para llevar a cabo fines distintos de los que lleva a cabo la autoridad. Poseen su propia normativa y hacen de puente entre el individuo y la autoridad. 
Las corporaciones, o cuerpos sociales, son asociaciones u órdenes más amplios que las asociaciones particulares existentes en la época de Pío XI, de origen no estatal, no basadas en la lucha de clases ni en esta filosofía, ni estaban bajo la tutela del capitalismo ni de la autoridad política. Eran creación de la propia sociedad. No son esenciales, pero sí connaturales a la sociedad civil. El pontífice pretendía la creación de un nuevo entramado social que reemplazara al antiguo orden desparecido, sin llegar a la Edad Media ni a los gremios. 
Pío XII reorientó esta fórmula ante el fracaso del anterior papa. Mantuvo el principio pero modificó la concreción del mismo, considerando a las entidades intermedias como asociaciones actuales con dimensiones y significados superiores a las formas ordinarias o menores de las asociaciones.

La DSI (doctrina social de la Iglesia) se fundamenta en la dignidad del hombre, imagen de Dios; su aspiración a la libertad –a menudo herido por el pecado-; en la solidaridad –es una llamada a la responsabilidad para que se participe activamente en la gestión social-; en la dimensión social de la persona humana. Existe una igualdad entre todos los hombres, que son llamados a la fraternidad: El hombre debe primar sobre las estructuras aunque éstas son necesarias y deben ser consolidadas. Las decisiones humanas y de la sociedad en general han de ir encaminadas al bien común y a la conformidad con los valores del Evangelio y con la enseñanza. 
Se puede afirmar que durante el régimen del 18 de julio se gobernó bajo la fórmula de una democracia orgánica inspirada en la DSI, donde el corporativismo fue promovido por dicho régimen, que cogió aquellos principios fundamentales que le configuraron, y donde el organicismo se apartó de aquel organicismo liberal y anticristiano decimonónico. La justicia social, el derecho a la vida, a la cultura, al trabajo, a la participación ciudadana…, estaban reconocidos y fueron promovidos dentro de un ámbito antiliberal siguiendo las directrices de la DSI en vigor.

Celedonio García Sánchez


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Juan Pablo II



Joseph Ratzinger-Benedicto XVI

"Hans Maier ha llamado la atención con razón sobre otra circunstancia. La Iglesia no puede ni debe transformarse en una democracia de partidos. Pero por eso mismo podría aceptar con mayor facilidad un elemento esencial de la democracia moderna: una administración independiente del derecho y la justicia, y la garantía legal del individuo ante la administración y el ejecutivo que solamente puede asegurarse de esta manera"
Joseph Ratzinger: "¿Democratización de la Iglesia?"

"De aquí resulta primeramente, como ya hemos dicho, la posibilidad, y en determinadas circunstancias también la obligación, de formar asociaciones propias para la realización del mensaje de la fe en cada lugar, desde las asociaciones juveniles y obreras hasta las asociaciones universitarias, aunque estas o aquellas formas y asociaciones pueden estar desfasadas, el echo de las asociaciones no está desfasado desde la perspectiva del evangelio"
Joseph Ratzinger: "¿Democracia en la Iglesia?"

"En la designación de los cargos jerárquicos, debería aceptarse de forma concreta el carácter subjetivo de la comunidad mediante la facilitación de su propia actividad comunitaria ("democrática"). Según este principio, los nombramientos no deberían venir nunca únicamente desde arriba. En este sentido se debe ejercer una crítica decidida contra esta tendencia que llegó a imponerse desde el siglo XIII. Por otra parte, la provisión de los cargos tampoco tiene que venir únicamente de abajo, de las comunidades particulares, sino que debe encerrar también siempre en sí misma el factor universal de la Iglesia"
Joseph Ratzinger: "¿Democracia en la Iglesia?"

"Los dos oficios fundamentales en la Iglesia, presbiterado y episcopado, están estructurados de forma colegial y expresan de esta manera la peculiar relación mutua de la comunidad particular y la Iglesia Universal en el plano de lo institucional. No se es presbítero a solas, sino en el presbiterio de un ovispo. Y, a su vez, no se es ovispo a solas, sino dentro del colegio episcopal que encuentra su punto de unión en el obispo de Roma. Y, en fin, tampoco se es cristiano a solas, sino miembro de una ecclesia concreta que encuentra su unión en el presbiterio responsable"
Joseph Ratzinger: "¿Democracia en la Iglesia?"


Hans Maier

"La democracia no significa de ninguna manera que en ella todas las actividades sociales y todos los objetivos adquieran un carácter político, es decir, que no existe ningún espacio que se vea eximido de la política. Esto presupondría, hablando sociológicamente, que:
1. todos pueden hacer todo;
2. todos entienden de todo;
3. las decisiones políticas se realizan en un proceso de participación universal, mediante formas de asociación horizontal y no por grados según las competencias"
Hans Maier: "¿Democracia en la Iglesia?"




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